jueves, 21 de agosto de 2014

Lo que dura Toy Story



"Le vent se lève! . . . il faut tenter de vivre!" (¡Se alza el viento!... ¡tratemos de vivir!)



-En un ratico estoy aquí.- Le digo a Ka mientras termino de ponerme el 3/2.
-Tienes lo que dure Toy Story.- Responde ella, mientras arremolina alrededor suyo y frente a la pantalla del portátil a nuestras dos hijas.

Y ahí las dejo, viendo Toy Story dentro de la furgo. Frente a mí una playa ferrolana que podría confundirse fácilmente con el “ideal” de playa que debo llevar insertado en el cerebro: el atlántico azul oscuro en el fondo, el agua verde turquesa en la orilla, la arena blanquísima rematada en una duna elevada, los bosques de pinos y eucaliptos al fondo, la laguna interior y una bahía de libro flanqueada por sendos macizos rocosos e imponentes. Para más inri el viento sopla para 4,7 y este rincón del océano parece una piscina con olas de diseño.

Es lunes, y es el último día de un viaje que empezó el lunes anterior cuando aterrizamos en Portugal por la Ruta de la Plata, nuestra Highway 66 peninsular. Atrás quedan días de mucho sol, muchos kilómetros y mucha vida improvisada que quizás es lo que más se agradece tras meses de rutina y cronómetros mentales.

Atrás quedan las primeras noches furgoneteras de esta reciente familia de cuatro unidades, el trasiego de maletas, carros, hamaquitas, pañales, velas, neoprenos y de ese interminable listado de ítems sin los cuales no podríamos sobrevivir ni un segundo en este loco plan denominado vida cotidiana.

Atrás quedan las puestas de sol que dejan de existir en cuanto pisas la ciudad de nuevo. Y las horas de plaza/parque/playa con mi hija mayor, viéndola jugar/intentar mandar/intentar no ser mandada –en ese extraño mundo infantil de dictadores y lacayos-, ante otros niños de origen variado en sitios tan diversos como Antequera, Badajoz, Aveiro, Moledo, Ferrol, Astorga o Villacastín.

Atrás quedan los amigos –tantos ya-, la Pensión Fortunato y el propio Fortunato, la salida tremebunda con marea viva y llena en Ericeira, los hot dogs con patatas fritas incorporadas allí mismo, Aveiro y sus casas, el intentar dormir a Vega en su carro al mismo tiempo que me pongo el neopreno con-el-ansia-por-entrar-antes-de que-suba-la-marea-en-Moledo, la sesión de jumping non-stop esa misma tarde, la parada ya obligada en Mos en casa del Gran Manuéh (mientras él lo siga consintiendo claro), los pimientos, el camping Berlanguiano de Esmelle, las miles de cervezas, las olas, mi gran tabla nueva tatuada por las rocas portuguesas, mi Némesis, la derecha de Riberillas y su nuevo chiringo fashion, las multas, atascos del 15 de agosto, el asfalto infinito, la ensoñación despierta y, sobre todo, la familia. Mi gran familia.

Atrás queda todo esto y seguro que mucho más.

Por delante, mientras  bajo frenético a esa playa ferrolana donde todo empieza y acaba, aún me queda un buen rato de windsurf. Hora y media, quizás un poquito más.

Lo que dure Toy Story.